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Ha sido objeto de debates teóricos desde hace siglos. Se dice que el filósofo y economista David Hume fue el primero que conceptualizó la idea en el s. XVIII. La influencia del economista británico John Maynard Keynes se refirió a ello en la década de 1930, y en 1969 el economista estadounidense Milton Friedman (que más tarde ganaría el premio Nobel) habló de arrojar literalmente dinero desde un helicóptero para que los ciudadanos lo recogieran. La teoría es que un banco central que trate de reactivar el crecimiento económico y la inflación en una economía que funciona considerablemente por debajo de su potencial podría, esencialmente, «imprimir» dinero y distribuirlo al público sin condiciones.
Por la mayor parte, los programas de «helicóptero de dinero» nunca se han contemplado seriamente como una herramienta monetaria legítima a utilizar en las economías avanzadas modernas. Hay algunos casos en la historia en que se han aplicado (como la Alemania de Weimar en la década de 1920 y Zimbabue en la de 1990), pero en general con consecuencias desastrosas para la inflación. No obstante, en los últimos meses se ha oído hablar más de estas políticas, tanto en los medios de comunicación como por parte de las autoridades. En marzo de este año, el Presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, al parecer lo describió como un «concepto muy interesante».
Efectivamente, es interesante que esta antigua idea vuelva a surgir ahora. Hay que tener en cuenta que ya hemos vivido ocho años de iniciativas de expansión cuantitativa (QE) sin precedentes y coordinadas globalmente, ninguna de las cuales —aparte de, tal vez, hacer que los inversores asumieran más riesgos e inflar los precios de los activos— ha logrado realmente su objetivo. De hecho, algunos bancos centrales, como el Banco de Japón y el BCE, ya han ido más allá de los programas tradicionales de QE y han introducido unos tipos de interés negativos, cargando efectivamente una comisión a los bancos que mantienen el dinero depositado para incitarles a prestarlo. No obstante, pese a todas estas contundentes medidas, aún no se observa una inflación de los precios al consumo significativa, y aún menos una demanda y crecimiento sostenidos. ¿Por qué esperar que un programa de helicóptero de dinero tenga un efecto diferente? Para encuadrar mejor el debate, respondamos a la pregunta siguiente: ¿en qué se diferencian los denominados programas de helicóptero de dinero y una agresiva política de QE?
Hay varios modos en que un banco central podría implementar un programa de helicóptero. El dinero no se arrojaría literalmente desde uno (aunque para un reality show televisivo sería entretenido). Lo más probable es que los bancos centrales compraran deuda pública de nueva emisión. El producto de esta deuda (el dinero recién impreso) se utilizaría entonces tal vez para financiar proyectos de infraestructuras, o para una rebaja fiscal puntual como sugirió el ex Gobernador de la Reserva Federal estadounidense (Fed) Ben Bernanke en 2002. En cualquier caso, el dinero recién creado se utilizaría para comprar deuda pública, como es el caso con las iniciativas de QE. La diferencia principal entre los dos es que con el helicóptero de dinero, el banco central promete no vender nunca los bonos ni retirar de la circulación el dinero creado para adquirirlos. De esto modo, el banco central está esencialmente «regalando» dinero al público. En teoría, esto podría incitar a los consumidores a gastar más, hacer subir los precios y en última instancia, hacer aumentar también el producto interior bruto nominal.
Los helicópteros ya están sobrevolando
La diferencia que los defensores del experimento del helicóptero harían al compararlo con los programas actuales de QE es que las transferencias directas al público aumentarían la eficacia de la política al influir directamente en la demanda agregada, en vez de esperar un efecto indirecto de los niveles de rendimientos reducidos artificialmente, debido a unas compras de activos a gran escala de deuda pública, hipotecaria y corporativa. Al saber que el dinero adicional no se retiraría de la circulación, el público y los consumidores estarían más dispuestos a gastarlo, alentando así el crecimiento económico sostenido que los esfuerzos tradicionales de QE aún no han conseguido. No obstante, de alguna manera yo diría que en la práctica, ya existe cierta forma de helicóptero de dinero.
Una muestra es la abundancia de deuda pública que muchos bancos centrales de todo el mundo han acumulado tras la crisis financiera de 2008-2009. Y una gran mayoría de los bonos gubernamentales de nueva emisión han terminado en los balances de los bancos centrales mundiales.
Si bien en teoría, los «experimentos» de QE puestos en marcha después de 2008 debían ser temporales, creo que en realidad, las expectativas son que los bancos centrales de todo el mundo no tienen la intención de retirar nunca la liquidez adicional que han creado, es decir, revender los bonos en los mercados financieros. Aunque nunca se ha comunicado de manera explícita, este ha sido el mensaje transmitido tácitamente por las medidas y declaraciones de las autoridades. Así que en este sentido, el helicóptero de dinero ya está aquí. ¿Pero en qué se está gastando?
¿Deberíamos culpar a los políticos?
Lo irónico de la situación actual es que los bancos centrales se enfrentan a unas tasas de inflación muy inferiores a los objetivos normales, mientras que los gobiernos se han negado a adoptar unas políticas fiscales expansivas para hacer frente a las condiciones macroeconómicas. Especialmente en las economías desarrolladas, hay unas políticas fiscales que siguen siendo restrictivas en términos históricos, pese a unos tipos de interés a largo plazo en unos niveles mínimos sin precedentes. ¿Es razonable preguntar si no sería más lógico que los gobiernos invirtieran resueltamente en cosas como carreteras, escuelas, tecnologías limpias y servicios públicos (lo que denomino «estímulo fiscal a la antigua») si pueden esencialmente tomar dinero prestado gratuito? Entonces, ¿por qué los bancos centrales parecen ser las únicas instituciones dispuestas a actuar, mientras que los gobiernos esencialmente se mantienen al margen? Tal vez los políticos se conozcan demasiado bien y están resistiéndose a dar el paso hacia la adopción de un programa de helicóptero de dinero porque temen que no podrán resistirse a volver a tomar una y otra vez el fruto prohibido una vez hayan probado por primera vez su dulce néctar.
Si se utilizara el helicóptero de dinero para financiar proyectos públicos como se ha expuesto arriba, seguramente sería positivo para el crecimiento nominal e impulsaría las expectativas de inflación a corto plazo y probablemente también la inflación a largo plazo. Dicho esto, no preveo que se implemente este tipo de política en un futuro próximo. En la conferencia de Jackson Hole de la Fed en agosto, los responsables de los bancos centrales no dieron ningún indicio de que estén más preocupados por el crecimiento o la inflación, ni de que necesiten nuevas herramientas monetarias para alcanzar efectivamente sus objetivos de inflación.
La cuestión de fondo es que parece improbable que se utilice el helicóptero de dinero en su forma más pura a corto plazo, aunque la probabilidad ya no es cero. Podría haber una mayor coordinación entre la política fiscal y la monetaria en Japón, por ejemplo.
En un contexto más amplio, yo diría que las políticas monetarias expansivas que nos han acompañado durante varias décadas ya han causado unas distorsiones de mercado reales y palpables (como la burbuja del mercado de la vivienda estadounidense de 2008, por ejemplo). Y la adopción del programa global de QE cuyo objetivo era suavizar la distorsión de 2008 es una extensión de esas políticas. No estoy seguro de que un programa de helicóptero de dinero sería una medida prudente en estos momentos, y lo consideraría otra demostración de una política monetaria poco ortodoxa. En teoría, este tipo de programa podría tal vez tener éxito si se gestionara estrictamente, con la adopción de normas y leyes para impedir su abuso político. Pero esto, en realidad, puede que no sea una expectativa racional.
*Thin slicing (disección fina), un concepto popularizado por el sociólogo Malcolm Gladwell en su obra, Blink: The Power of Thinking without Thinking describe la noción teórica de que las personas (normalmente de manera subconsciente y de forma instantánea) a menudo hacen deducciones precisas y profundamente intuitivas sobre una persona o situación basándose en «porciones» limitadas o estrechas de información. Muchos psicólogos y sociólogos sugieren que estas impresiones rápidas son igual de precisas o quizás más que los juicios de valor basados en amplios volúmenes de información.
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